Así como los buenos padres cuidan a sus hijos, alimentándoles desde que nacen, enseñándoles a caminar, a hablar, a comer por sí solos y muchas cosas más, también nosotros los que llevamos a los pies del Señor a una persona, debemos aprender a cuidar de esta como a un recién nacido espiritual, como a alguien que requiere de nuestro acompañamiento, de nuestro cuidado para reproducir en él el carácter de Cristo, de tal manera que más adelante se conviertan en un cristiano firme y fiel al Señor.
Estamos llamados a realizar esta labor de una manera continua y perseverante para poder lograr que el nuevo creyente afirme su decisión de fe y para que se sienta parte de la familia de Dios.
El amor es lo que nos motiva a esta labor, pues fue Jesucristo quien nos dio el mejor ejemplo sobre el amor.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16
Hemos aprendido a amar a los nuevos convertidos, con el amor que Dios nos amó a nosotros, pues debemos ser obedientes a su mandato.
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”Mateo 22: 37-39
Las almas son el tesoro más importante para Dios, pues Él no quiere que ninguna perezca.
No debemos olvidar que nosotros somos llamados a cumplir la gran comisión de Mateo 28:19-20 “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Pidamos a Dios que nos llene del amor necesario para cumplir con este llamado.